Llego, con no disimulado entusiasmo, a nuestro punto de encuentro en pleno bosque landés, camino a Linxe. Huele a pinos y a la arena húmeda del río, la desconexión es inmediata.
En mi grupo somos cinco personas de entre 6 y 65 años. ¡Qué guay, una actividad para todos! Algo inhabitual.
Una vez puesto el traje de neopreno, prestado para la ocasión, el instructor nos da algunos consejos para que la excursión transcurra de la mejor manera:
«El río Palue es un descenso de categoría 1. Es una corriente donde en el 80% de los casos haréis pie, queda un 20%, así que si vais a desembarcar, optad por el lado más claro y no os quitéis las zapatillas.»
Y sigue: «Durante la maniobra, conviene quedarse en medio del río para no encallar en un banco de arena. En algunos tramos, habrá que bajar la cabeza.»
¿Bajar la cabeza? ¿Para qué? Me dijeron que el descenso era súper fácil…
«La posición es recostado de espaldas, manteniendo el obstáculo a la vista mientras se rema. Hacia adelante, el cuerpo no es tan flexible. Si hay una rama, colocaremos el remo a la altura de la cara y pasa sin problemas.»
Hasta aquí, está claro. Me tranquiliza diciendo que la corriente es suave y que no hay que hacer acrobacias. Y presas, ¿no hay ninguna?
«Solo una muy pequeña, la tomaréis de a uno».